Era un viejo zapatero
que vivía en un portal,
y era una rubia vecinita
muy bonita
y muy coqueta, que pasaba sin mirar.
La rubia por las maáanas
iba camino a su taller,
y frente al cuchitril del viejo remendón
era como un primer
rayo de sol...
El pobre viejo tras la vidriera,
viviendo alguna lejana ilusión,
soáaba al verla pasar por la acera
quién sabe qué loca quimera de amor.
La rubia un día entró a la bohardilla
y el pobrecito tembló de emoción,
cuando a pretexto de atarle una hebilla
la pierna torneada su mano palpó.
Y con sorpresa, ese día,
frente a su chiribitil,
la gente llena de emoción se detenía
para escuchar la melodía de un violín.
Era que aquel zapatero,
con religiosa devoción
su triste soledad
lloraba al tierno son
de una familiar canción sentimental.
Desde esa tarde su canto parece,
con su incansable motivo chillón,
la monocorde sonata de un grillo
en el pentagrama de aquel callejón.
Y, según dicen, pensando en la rubia,
el pobre viejo, detrás del portal,
como a una pierna temblando acaricia
la caja del tosco violín fraternal.