Yo no quería más lola. Pero faltaban todavía otras "pruebas". He aquí que de repente se prenden muchas luces y ya no estoy en el hoyo sino en una fábrica o algo así, en un pabellón, donde hay maquinarias, guinches, cadenas y claraboyas en el techo
-¿Una fábrica de qué?
-No sé, ni idea, de algo metalúrgico tal vez. Ahora parece que la usan como atelier, es un loft, un ambiente muy amplio, hay varias personas que pintan frente a sus caballetes, no puedo distinguir bien sus rostros, están casi inmóviles. Frente a mí veo un tanque grande, tipo australiano, de cuatro metros de diámetro más o menos, y uno de altura, pero seguramente es más profundo, lleno de un líquido incandescente del cual salen vapores fétidos y picantes
Como si fuera hierro derretido o lava, sí, lava mezclada con ácido. Todo muy humeante. Entonces oigo una voz a mi derecha, gutural, con acento claramente alemán, que me dice, "y ahora la prueba de fuego". Es una figura amenazante- continuó relatando Tobías, alisándose el pelo con una mano -parecía un inquisidor o algo as
-¡Qué tétrico, loco!
-Yo a esta altura no me sorprendía de nada. Le contesté, bueno sí, dale, la prueba del fuego..., como para que la corten de una vez, ¿no? Me dicen que tengo que agarrarme de una barra de metal sostenida por dos cadenas que cuelgan de roldanas fijadas en el techo
-Ajá, ¿y?
-Esas roldanas estaban justo a la altura del centro del tanque, sólo que con una soguita habían traído la barra hasta donde yo me encontraba.
-¿Y vos te diste cuenta de qué se trataba?
-¡Claro! Lo entendí al instante. Ahora uso muchas palabras pero era así: "que si no aceptaba me agarrarían los monstruos, luego las máquinas desmembradoras, los cangrejos de acero, y luego la quebrantahuesos aplanadora, lo que queda se junta y se arroja al ácido". Yo pensé, ¿me puedo escapar? Evidentemente no. Entonces tenía que seguir adelante. En el fondo no tenía miedo, ¿sabés?, confiaba en que era para bien. Qué inconsciente, vos dirás, sí, tal vez, yo ya estaba del otro lado. Le dije, sí, agarrarme de la barra, sí, cómo no. A ver, dale.
Dos tipos (Difusos, como sombras, sólo veo que tienen el pelo bien cortito) me pusieron en la cabeza, además, una vincha de metal (Forrada en cuero, para no lastimar) y la ajustaron. Esa arandela tenía tres cadenitas que a su vez se unían a otra que también colgaba del techo. Me tomé de la barra, la cual se elevó lentamente y luego fueron aflojando la soguita, hasta que quedé suspendido en el medio del tanque. Los pintores me miraban como si estuvieran documentando el momento, ¿no?
El tipo me dijo "bueno, ahora, cuidado, agárrese bien, vamos a ir bajando despacio, muy despacito, ¿okey?"
-Bien, yo me encontraba colgando muy cerca del ácido, tal vez sulfúrico o nítrico, no sé, mezclado con lava y metal derretido, como te contaba. La cadena fue bajando, deslizándose por las roldanas del techo. Un poco más. La suela de mis botas entró en contacto con la superficie, se fundió, una pequeña pausa, los pies me empezaron a picar por el efecto de las emanaciones, tocaron el fuego líquido, sentí un gran ardor que inmediatamente pasó, pues quedaron disueltos en el acto.
Sólo que el ardor sube por las piernas, centímetro a centímetro, lentamente, llega a la rodilla, las rodillas desaparecen, se disuelven. Es un picor que sube. "Cuidado, ningún sacudón brusco", me dice el tipo. Yo pensé, para tranquilizarme, esto es como una limpieza a fondo. En efecto, ya el ácido me llega a la cintura, ahora es menor el peso a sostener con las manos, un calor en el estómago, no tengo estómago, llega al corazón, no tengo corazón, estoy con el agua al cuello, y aquí se comprende la finalidad de la vincha en la frente, pues los brazos, diluidos los hombros, ¿no?, colgaban solitos de la barra...
Tobías respira y sigue relatando. Julián se pone más cómodo
-Entonces para eso servía, para sostener la cabeza. Mientras tanto yo veo cómo mis brazos desaparecen en el ácido, con un burbujeo fino. Miro al señor que dirige la maniobra a mi derecha, y me dice, "tranquilo ahora, tranquilo, falta lo último, ya casi estamos, cierre los ojos si quiere". "Tranquilo!", le contesto, "¿le parece que puedo estar tranquilo?, pero escúcheme una cosa, ¡hay que tener un poquito de...!"
(Mientras tanto los locos siguen pintando). "Immer mit der Ruhe (*), ¿te querés dejar de gritar?", me contesta el señor, "respirá hondo y cerrá los ojos". Yo cierro los ojos, la cadenita fina baja, el ácido que tenía en el cuello me llega al mentón, el olor es picantísimo, lo peor es cuando llega a la boca, me repugna pero ya no tengo boca, quiero estornudar pero no tengo nariz, la vista es asquerosa pero ya no tengo ojos, pienso y ya no tengo cerebro. Hasta la vincha se funde y todo terminó.
(*) calma, calma