Con un mal rostro, ebrio y confundido, una mirada vacía vivía el pobre Juan. Se desahogaba en una botella, un poco de tabaco tampoco venía mal. Y en esa esquina de todos los días, con esa barra de amigos, siempre, siempre igual. Pero de repente algo sucedió cuando vino alguien y de Dios le habló. Yo vine para darte vida en abundancia, y si me recibes, salvo serás. Todos se asombran porque él no es el mismo y se sorprenden porque Juan ya no es igual. Lo transformó el poder de Jesucristo, y ya dejó, dejó de ser el pobre Juan. Y en esa esquina de todos los días, a esa barra de amigos, le empezó a predicar.