Desde los tiempos más remotos vuelan los ángeles guardianes, siempre celosos de sus votos contra atropellos y desmanes. Junto a las cunas infantiles, junto los tristes moribundos, cuentan que velan los gentiles seres con alas de otro mundo. Cuando este ángel surca el cielo, no hay nada que se le asemeje. El fin de su apurado vuelo es la sentencia de un hereje. No se distraiga ni demore, todo es ahora inoportuno. Va rumbo al campo de las flores donde la hoguera espera a Bruno. Se lanza un ángel de la altura, caída libre que da frío. La orden de su jefatura es descender hasta Dos Ríos. Es 19 y también mayo, monte de espuma y madre sierra, cuando otro ángel a caballo cae con los pobres de la tierra. Dicen que al filo de la una un angelote compasivo pasó delante de la luna, sobrevolando los olivos. Y cuentan que con mala maña fue tiroteado su abanico, justo a la hora que en España se nos mataba a Federico. Un bello arcángel aletea junto a un gran pájaro de hierro. Procura que un hombre lo vea para ahuyentar cien mil destierros. Pero el arcángel se sofoca y un ala azul se le lastima y el ave negra abre la boca cuando atraviesan Hiroshima. Dejando un surco luminoso por sobre Memphis, Tennessee, pasó volando presuroso un ser alado en frenesí. Iba vistiéndose de luto, iba llorando el querubín e iba contando los minutos de Dios y Martin Luther King. El ángel pasa bajo un puente, después rodea un rascacielos. Parque Central, lleno de gente, no se da cuenta de su vuelo. Cuánta utopía será rota y cuánta imaginación cuando a la puerta del Dakota las balas derriben a John. Septiembre aúlla todavía su doble saldo escalofriante. Todo sucede un mismo día gracias a un odio semejante. Y el mismo ángel que allá en Chile vio bombardear al presidente, ve las dos torres con sus miles cayendo inolvidablemente. Desesperados, los querubes toman los cielos de la tierra y con sus lápices de nubes pintan adioses a las guerras. El mundo llena los balcones y exclama al fin: esta es mi lucha, pero el señor de los cañones no mira al cielo ni lo escucha. Pobres los ángeles urgentes que nunca llegan a salvarnos. ¿Será que son incompetentes o que no hay forma de ayudarnos? Para evitarles más dolores y cuentas del sicoanalista, seamos un tilín mejores y mucho menos egoístas.