En la maáana gris
huyendo va
el Capitán.
La montonera lo persigue, cruel,
mas su alazán
lo ha de llevar
hasta la puerta de la amada fiel,
que una eterna pasión le juró
al partir para la guerra.
Cayendo estaba el sol
cuando llegó
el Capitán,
herido y pálido al hogar aquel,
donde dejó
su fiel amor.
Un beso ardiente de la amada fue
grato bálsamo de su dolor
y al encontrarse a salvo, dio gracias al cielo
con inmensa fe.
Mas la noche traidora llegó
y con ella el peligro mortal;
la patrulla que lo persiguió
con sus huellas por fin logró dar.
Mientras dormía el galán
se consumó la cruel traición
pues la infame mujer, sin piedad,
al esbirro su amado vendió.
En la maáana gris,
el cuadro ya
formado está.
Al pie de un muro se halla el infeliz
que se confió
en el amor.
Llorando exclama, lleno de dolor:
No es la muerte, sino tu traición
lo que atormenta mi pecho.
En tu alma puse yo
mi amor, mi fe,
mi corazón.
¿De qué me sirve ya la vida a mi
sin la ilusión
de tu querer?
¡Que para siempre caiga sobre ti,
con mi sangre, fatal maldición!
Y un trueno de fusiles que estalló de pronto
su voz apagó.