(Canción)
No adoremos a Dios como expulsados
traficantes del templo,
con palabras vacías de sentido
y sin la fe profunda
que aclara el pensamiento.
Se adora a Dios en el cincel de Fidias,
que admira el universo,
con la brocha inmortal de Miguel Ángel,
con las notas sublimes de Rossini,
con los cantos de Homero.
Se adora a Dios con la cabeza erguida
en medio del combate,
despreciando las iras del Proterno,
y hundiendo a los tiranos en el polvo,
con su hueste execrable.
No adoremos a Dios como expulsados
traficantes del templo,
con palabras vacías de sentido
y sin la fe profunda
que aclara el pensamiento.