¿Por qué a mi helada soledad viniste
Cubierta con el último celaje
De un crepúsculo gris?... Mira el paisaje
Árido y triste, inmensamente triste
Si vienes del dolor y en él nutriste
Tu corazón, bien vengas al salvaje
Desierto, donde apenas un miraje
De lo que fue mi juventud existe
Mas si acaso no vienes de tan lejos
Y en tu alma aún del placer quedan los dejos
Puedes tornar a tu revuelto mundo
Si no, ven a lavar tu ciprio manto
En el mar amarguisimo y profundo
De un triste amor o de un inmenso llanto
En la estepa maldita, bajo el peso
De sibilante grisa que asesina
Irgues tu talla escultural y fina
Como un relieve en el confín impreso
El viento, entre los médanos opreso
Canta como una música divina
Y finge bajo la húmeda neblina
Un infinito y solitario beso
Vibran en el crepúsculo tus ojos
Un dardo negro de pasión y enojos
Que en mi carne y mi espíritu se clava
Y destacada contra el sol muriente
Como un airón, flotando inmensamente
Tu bruna cabellera de india brava
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
¡Qué inexorable y hosca la llanura!
Flota en todo el paisaje tal pavura
Como si fuera un campo de matanza
Y la sombra que avanza, avanza, avanza
Parece, con su trágica envoltura
El alma ingente, plena de amargura
De los que han de morir sin esperanza
Y allí estamos nosotros, oprimidos
Por la angustia de todas las pasiones
Bajo el peso de todos los olvidos
En un cielo de plomo el sol ya muerto
Y en nuestros desgarrados corazones
¡El desierto, el desierto... y el desierto!
En tus aras quemé mi último incienso
Y deshojé mis postrimeras rosas
Do se alzaban los templos de mis diosas
Ya sólo queda el arenal inmenso
Quise entrar en tu alma, y qué descenso
¡Qué andar por entre ruinas y entre fosas!
¡A fuerza de pensar en tales cosas
Me duele el pensamiento cuando pienso!
¡Pasó! ¿Qué resta ya de tanto y tanto
Deliquio? En ti ni la moral dolencia
Ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto
Y en mi ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia
Y qué horrible disgusto de mi mismo!