Más cerca de mi muerte, que en los años
De mi herrada, orgullosa juventud
Doblo al fin la rodilla, humildemente
Implorando tu gracia y tu perdón
Mi oración ya no exige, como antes
Bendiciones que nunca mereció
Mi plegaria es humilde como aquella
Que en Canaán, una mujer te murmuró
No te pido la luz que diste a Pablo
Ni el amor que Francisco conquistó
Sino aquella piedad, que en el calvario
Le quisiste brindar al buen ladrón