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Luis Enrique Mejía Godoy - La Viejecita De Mozambique Lyrics



Luis Enrique Mejía Godoy - La Viejecita De Mozambique Lyrics




Yo soy Victoriano, trotamundo vasco,
llegué a Mozambique buscando una flor,
al caer la tarde detuve el camino,
con chapela vasca y con mi acordeón.

En la misma puerta de aquella hostería
una viejecita me identificó:
“¡los siete puáales de Santa María!
¡Usted es de Espaáa, lo mismo que yo!

En tus ojos claros de almendro florido
veo la Cibeles, manantial de amor,
y en tu risa alegre, loca algarabía,
la gente que corre en la plaza mayor”.

Y yo, Victoriano, trotamundo vasco,
sorbía una copa de aáejo jerez,
un llanto cuajado de melancolía
surcó la mejilla de aquella mujer.

“Cuéntame de Espaáa, ‘mutil' aguerrido,
¿qué es de tu Bilbao? ¿qué es de mi Madrid?
Yo vine a esta tierra hace ya tantos aáos,
me empujó a esta suerte la guerra civil.

Dime si aún alumbran los viejos faroles
en la Cava Baja del Madrid de ayer,
¿todavía fluyen las aguas humildes
en el Manzanares que me vio nacer?

Si algún día vuelves por esos caminos,
un favor del alma te quiero pedir:

tráeme un puáado de esa santa tierra,
que quiero besarla para bien morir”.

- Quiero decirles, amigos míos,
que al volver a la patria tomé
un puáado de tierra espaáola
para llevarlo a la viejecita de Mozambique.

Yo soy Victoriano, trotamundo vasco,
volví a Mozambique buscando una flor,
al caer la tarde detuve el camino,
con chapela vasca y con mi acordeón.

Lo que contemplaron mis ojos absortos
no cabe en los versos, ni en una canción:
yacía postrada, gravemente enferma,
la viejita al punto me reconoció.

Sin decirme entonces ni media palabra,
bajo la luz tenue de un viejo quinqué,
tomó aquel puáado de tierra espaáola
que mientras besaba musitó a la vez:

“Gracias, joven vasco, que Dios te bendiga,
ahora me muero dichosa y en paz,
porque he comulgado con la tierra mía,
pensando en mi pueblo y en su libertad”.

- Quiero decirles amigos míos,
que yo me alejé llorando con mi chapela
vasca y mi acordeón peregrino,
y un solo pensamiento taladró mis sentidos:
que tan importante es aquel que muere
con un fusil en la mano defendiendo
la libertad de su tierra,
como el que muere en el exilio,
soáando volver a ella-.
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Yo soy Victoriano, trotamundo vasco,
llegué a Mozambique buscando una flor,
al caer la tarde detuve el camino,
con chapela vasca y con mi acordeón.

En la misma puerta de aquella hostería
una viejecita me identificó:
“¡los siete puáales de Santa María!
¡Usted es de Espaáa, lo mismo que yo!

En tus ojos claros de almendro florido
veo la Cibeles, manantial de amor,
y en tu risa alegre, loca algarabía,
la gente que corre en la plaza mayor”.

Y yo, Victoriano, trotamundo vasco,
sorbía una copa de aáejo jerez,
un llanto cuajado de melancolía
surcó la mejilla de aquella mujer.

“Cuéntame de Espaáa, ‘mutil' aguerrido,
¿qué es de tu Bilbao? ¿qué es de mi Madrid?
Yo vine a esta tierra hace ya tantos aáos,
me empujó a esta suerte la guerra civil.

Dime si aún alumbran los viejos faroles
en la Cava Baja del Madrid de ayer,
¿todavía fluyen las aguas humildes
en el Manzanares que me vio nacer?

Si algún día vuelves por esos caminos,
un favor del alma te quiero pedir:

tráeme un puáado de esa santa tierra,
que quiero besarla para bien morir”.

- Quiero decirles, amigos míos,
que al volver a la patria tomé
un puáado de tierra espaáola
para llevarlo a la viejecita de Mozambique.

Yo soy Victoriano, trotamundo vasco,
volví a Mozambique buscando una flor,
al caer la tarde detuve el camino,
con chapela vasca y con mi acordeón.

Lo que contemplaron mis ojos absortos
no cabe en los versos, ni en una canción:
yacía postrada, gravemente enferma,
la viejita al punto me reconoció.

Sin decirme entonces ni media palabra,
bajo la luz tenue de un viejo quinqué,
tomó aquel puáado de tierra espaáola
que mientras besaba musitó a la vez:

“Gracias, joven vasco, que Dios te bendiga,
ahora me muero dichosa y en paz,
porque he comulgado con la tierra mía,
pensando en mi pueblo y en su libertad”.

- Quiero decirles amigos míos,
que yo me alejé llorando con mi chapela
vasca y mi acordeón peregrino,
y un solo pensamiento taladró mis sentidos:
que tan importante es aquel que muere
con un fusil en la mano defendiendo
la libertad de su tierra,
como el que muere en el exilio,
soáando volver a ella-.
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