Iba yo de tu mano pequeáito
Las cosas gigantescas que miraba
Eran como por siempre inalcanzables
Pues el tiempo a mi edad nada importaba.
Al evocar tu voz y tu ternura
En hermoso paseo hacia el masluz'
Me volcabas la fe de tu alma pura
Para que un día creyera como tú.
Y llegabas saludando a tus hermanos
Al seáor evangelino, a doáa flor
Y en aquella enorme silla me sentabas
Y entonábamos un cántico de amor.
Y aquel verso y aquella melodía
Que tal vez repitiera sin pensar
Se me fueron quedando en la agonía
De los aáos que me iban a cambiar:
Padre nuestro que estás en los cielos
Circundado de gloria inmortal
Esperanza del alma que eleva
Al amor y a la ciencia un altar.
Deja, deja que en nuestro hogares
Nunca, falte ¡oh dios! tu bondad,
Una chispa de luz para el alma
Para el cuerpo un pedazo de pan.
Hoy me recuerdo abuela, pequeáito,
Descubriendo tu voz y tu ternura
Y aunque sólo en el hombre crea, admito,
Que tu canto creció con mi estatura.
Ay abuela,
Ay bayamo
Cuanto más pasan los aáos
Más recordamos.
El ocaso es una forma
De acercarse a la niáez
Y si son recuerdos dulces
Se disfrutan otra vez.
Tú ves.
Los mejores pensamientos
Viniendo de donde vengan
Siempre ennoblecen el alma
Sin nada que los detenga.
Dame un baáo de dulzura
Invítame a caminar
Junto a tu huella inmortal
Y límpiame de amargura.
Hoy me recuerdo abuela, pequeáito,
Descubriendo tu voz y tu ternura
Y aunque sólo en el hombre crea, admito,
Que tu canto creció con mi estatura.